Halloween y el antiguo Samhain: cuando la Tierra nos enseña a morir y renace
- Liliana Arbeláez N

- 31 oct
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 1 nov

¿Alguna vez te has preguntado por qué sentimos algo tan especial en la noche del 31 de octubre, más allá de los disfraces, las risas y las sombras?
Honrar la muerte, celebrar la vida es el verdadero espíritu de Halloween
Desde hace años, esa fecha me convoca. He sentido que detrás del ruido y la confusión moderna de Halloween late un antiguo llamado: el eco de una sabiduría que la humanidad olvidó, pero que el alma recuerda.
A través de mis estudios y mis búsquedas espirituales, descubrí que lo que hoy llamamos Halloween tiene su raíz en una celebración muy anterior, una fiesta sagrada de los pueblos celtas llamada Samhain: el momento en que el ciclo de la Tierra cerraba un año y se preparaba para morir simbólicamente.
La Tierra como Maestra

Cuando observo este tiempo desde la mirada de la Tierra, comprendo que el Samhain —el antiguo origen de lo que hoy llamamos Halloween— coincidía con la época de la ciega, el momento de recoger los frutos del año, limpiar los campos y preparar la tierra para el descanso del invierno. Era un tiempo de gratitud y humildad: si ya se habían dado los frutos, era momento de agradecerlos; si algo no germinó, de dejarlo ir. Nada se forzaba. El ritmo de la Tierra enseñaba que todo tiene su ciclo: nacer, florecer, dar fruto, morir y renacer.
La vida, igual que los campos, necesita ese reposo sagrado. Así como la semilla se entrega a la oscuridad para volver a brotar, nosotros también somos llamados a limpiar lo que se agotó, celebrar lo vivido y permitir que el alma se regenere en silencio. La Tierra, en su sabiduría, nos enseña que morir no es un final, sino una forma de preparar el terreno para lo nuevo.
El tiempo en que el velo se hace delgado

En la antigüedad no se temía a la muerte como ahora hemos aprendido a temerle. Se comprendía que la oscuridad no es enemiga de la vida, sino su matriz. Durante el Samhain, cuando el sol se retiraba y los días se acortaban, se reconocía que el velo entre los mundos visibles e invisibles se hacía delgado. Era el momento de honrar a los ancestros, de agradecer las cosechas y de ofrecer a la Tierra lo que ya debía descansar.
Cuando comencé a comprender esto, sentí una profunda reverencia: no se trataba de fantasmas ni de miedo, sino de una invitación a reconciliarnos con la muerte como parte de la vida. Encender una vela, colocar un alimento o un símbolo en el umbral era un gesto de amor, una manera de decir gracias a quienes caminaron antes.
Las mujeres sabias y el miedo a lo invisible

En mis investigaciones sobre la historia espiritual del femenino, descubrí que muchas de las mujeres que custodiaban este saber fueron perseguidas. Las llamaron brujas, pero en realidad eran sabias, parteras, curanderas, astrólogas y alquimistas del alma.
Su conocimiento del cuerpo, de las plantas, del cielo y de los ciclos naturales representaba una amenaza para los sistemas patriarcales que temían el poder del misterio —ese poder que no puede ser dominado ni explicado, solo vivido. Cuando pienso en ellas, siento que esta fecha también es para honrarlas profundamente: a las que fueron silenciadas, perseguidas, quemadas o exiliadas por su luz.
Honrarlas es también reconciliar en nosotros el miedo heredado de un sistema que nos enseñó a desconfiar de lo invisible, a temer lo que no se puede controlar, a separar el espíritu de la materia, la razón del alma. Hoy, al recordarlas, reconozco que ese miedo no nos pertenece; es un eco antiguo que podemos transformar en conciencia y amor.
La memoria puede sanar la herida transgeneracional del miedo al femenino.

A lo largo de mis investigaciones y de mi camino espiritual, he sentido la profunda necesidad de nombrar lo que muchas veces se ha silenciado: la violencia que, en nombre de la ignorancia, la religión o el miedo, cayó sobre quienes custodiaban los saberes del alma y de la Tierra. Durante siglos, miles de mujeres sabias —curanderas, parteras, herbolarias, astrólogas, alquimistas y sanadoras— fueron perseguidas, torturadas y asesinadas bajo la sospecha de practicar brujería. Pero en realidad, lo que hacían era honrar los ciclos de la vida, la energía del cuerpo y la sabiduría del femenino.
El miedo a lo invisible, el terror a lo que no se puede controlar y la necesidad de someter el misterio bajo una sola verdad llevaron a que la Iglesia y los poderes de su tiempo emprendieran verdaderos genocidios espirituales y culturales. En nombre de Dios, se persiguió lo sagrado. En nombre de la “pureza”, se castigó la intuición. Y en nombre de la fe, se quemó el cuerpo donde habitaba la sabiduría femenina.
Con este escrito no busco acusar, sino recordar. Porque solo la memoria puede sanar la herida transgeneracional del miedo al femenino.
En el año 2000, durante el Gran Jubileo, el Papa Juan Pablo II dio un paso importante al reconocer públicamente los errores cometidos “por los hijos e hijas de la Iglesia” a lo largo de los siglos. En la homilía del 12 de marzo de 2000, conocida como el Día del Perdón (Day for Pardon), pidió perdón por “la violencia usada en el servicio de la verdad” y por las actitudes hostiles hacia los que pensaban diferente. Este documento puede leerse en el sitio oficial del Vaticano:👉 Homilía del Papa Juan Pablo II — 12 de marzo de 2000, “Day for Pardon”
Más tarde, en 2004, el mismo Papa reconoció el valor del Simposio Internacional sobre la Inquisición —realizado en el Vaticano entre el 29 y 31 de octubre de 1998— y expresó la necesidad de revisar con honestidad histórica ese período de oscuridad.👉 Carta del Papa Juan Pablo II sobre el Simposio de la Inquisición (16 de junio de 2004)
Aunque estos gestos no borran el dolor ni devuelven las vidas perdidas, nombrarlos es un acto de conciencia. Porque mientras no se reconozca lo que la ignorancia, el fanatismo y el miedo al femenino provocaron en la historia, seguiremos repitiendo las mismas formas de exclusión. Y hoy, 31 de octubre, cuando los velos entre los mundos se hacen delgados, la memoria de esas almas pide ser honrada, no desde el resentimiento, sino desde la verdad y la reparación simbólica.
Etimología y resignificación de la palabra “bruja”
Etimológicamente, la palabra bruja proviene de raíces antiguas del norte de la península ibérica, posiblemente celtas o vascas. En euskera, sorgin —que se traduce como “bruja”— significa literalmente la que hace nacer, una alusión directa al poder femenino de gestar y transformar. Sin embargo, con el tiempo, la Iglesia medieval distorsionó su sentido para nombrar como “malas” a las mujeres sabias, sanadoras y parteras del alma.
Curiosamente, en hebreo existe una palabra de sonido muy similar: brajá (ברכה), que significa “bendición”.Y aunque no hay una conexión lingüística demostrada, hay una resonancia espiritual: ambas palabras evocan el poder de la mujer que crea, que da vida y que transforma lo invisible en presencia.
Quizás la bruja —la bendita— no era sino la mujer que recordaba que todo lo vivo es sagrado.

Los símbolos de la cosecha y del misterio
Cada celebración guarda un lenguaje que va más allá de las palabras: el lenguaje de los símbolos. En el antiguo Samhain, y más tarde en las fiestas populares de la cosecha, los pueblos expresaban a través de objetos y formas lo que el alma ya sabía: que la vida y la muerte no se oponen, sino que se transforman mutuamente.
Las frutas, los granos, las semillas y las calabazas representaban la abundancia de la Tierra y la gratitud por los frutos recibidos. La calabaza —que luego se convirtió en linterna o “Jack-o’-Lantern”— simboliza la luz interior que permanece encendida incluso cuando llega la oscuridad del invierno. Es la llama del alma que no se apaga.
Las velas y hogueras eran encendidas para guiar a los espíritus y ahuyentar el miedo, recordando que la luz no lucha contra la sombra: simplemente la ilumina. Las flores secas o los ramos marchitos se ofrecían como gesto de aceptación de los finales, reconocimiento del ciclo natural de la vida-muerte-vida.
Con el paso del tiempo, cuando la mirada sagrada se transformó en superstición, muchos símbolos cambiaron de sentido: los fantasmas pasaron de ser la presencia amorosa de los ancestros a figuras de miedo; las telarañas y los insectos —símbolos de transformación, tejido y paciencia— se volvieron imágenes de terror; los murciélagos, guardianes de la noche y del tránsito entre mundos, fueron convertidos en signos del mal.
Pero detrás de cada uno de ellos sigue latiendo el mismo mensaje:
Nada en la naturaleza es maligno. Todo tiene un propósito. El alma que ve con claridad comprende que cada símbolo encierra un llamado al equilibrio: la calabaza nos recuerda la luz interna, la telaraña el tejido invisible que une todo, el murciélago el poder de ver en la oscuridad, y las hojas secas la sabiduría del desprendimiento.
Comprender los símbolos es volver a mirar con ojos antiguos: es reconocer que cada elemento —desde una semilla hasta una sombra— puede ser un maestro cuando se le escucha desde el alma.
El eco de Samhain en otras culturas
Con el tiempo comprendí que este espíritu no pertenece solo a los celtas. En diferentes rincones del mundo, la humanidad ha sentido el mismo llamado en esta época del año. En México, por ejemplo, el Día de Muertos transforma la ausencia en celebración, la pérdida en color y canto. En Japón, durante el Obon, se encienden faroles para guiar a las almas que regresan. En India, el Pitru Paksha honra a los ancestros con ofrendas y oraciones. Y en la tradición cristiana, los días de Todos los Santos y Fieles Difuntos mantienen viva, aunque velada, la misma intención: recordar, agradecer y continuar el hilo invisible del amor.
Cuando observé todo esto, entendí que las culturas cambian, pero el alma humana recuerda. Todas hablan del mismo misterio: la vida y la muerte como dos rostros de un mismo movimiento sagrado.
Cuando la Tierra nos enseña a morir
Cada año, al llegar esta fecha, siento que la Tierra misma (en el hemisferio norte) nos invita a detenernos y observar su lección. Las hojas caen, los árboles se despojan, los campos descansan. Todo parece morir, pero en realidad la vida se repliega hacia adentro para regenerarse. Así también nosotros estamos llamados a morir a lo viejo, a soltar lo que ya cumplió su ciclo.
Samhain —y lo que hoy sobrevive en Halloween— nos recuerda que morir no es desaparecer, sino transformarse. Y que cada duelo, cada final, cada pérdida, es una oportunidad para renacer más conscientes, más verdaderos/as, más amorosos/as.
El tiempo de Escorpio: la transformación del alma

No es casual que este portal ocurra bajo la energía del Sol en Escorpio, signo asociado con la muerte simbólica, la regeneración y el poder de transformación. En la astrología evolutiva, Escorpio representa el viaje hacia las profundidades del alma, donde nada puede ser ocultado y todo está llamado a ser transmutado. Así como la Tierra se despoja de lo que ya no necesita, también nosotros somos invitados a morir a lo viejo, a liberar emociones retenidas, a mirar lo oculto sin miedo. Escorpio nos recuerda que solo atravesando la oscuridad podemos renacer en más verdad. Samhain y Escorpio hablan el mismo lenguaje: el del alma que se entrega al misterio confiando en la vida que late bajo la aparente muerte.
Hacia una nueva conciencia

Hoy, más que nunca, necesitamos salir de la ignorancia y recordar. Recordar que el miedo al femenino y a la profundidad de nuestro inconsciente, no es solo una historia del pasado, sino una herida que sigue sangrando en la humanidad moderna: en la desconexión con la Tierra, en la negación del cuerpo, de nuestra sombra llena de miedo, culpa y vergüenza, en la prisa que impide escuchar el ritmo natural de la vida.
Este tiempo que atravesamos —como humanidad y como especie— nos invita a reintegrar lo femenino sagrado, no como sexo biológico, sino como principio de conciencia: el principio que acoge, que siente, que nutre, que sabe esperar el proceso de vida-muerte-vida sin miedo al vacío.
El planeta Tierra, nuestra gran maestra, está mostrando que sin ese equilibrio nada puede sostenerse. Así como Samhain marcaba el tiempo de morir para renacer, nosotros estamos siendo llamados a morir a la inconsciencia, a la soberbia, a la separación. A reconocer que el futuro no se construye negando la oscuridad, sino abrazándola como parte del ciclo natural del alma.
Salir de la ignorancia es recordar. Y recordar es sanar. Porque solo cuando honramos lo femenino —en la Tierra, en el alma y en nuestra propia vida— podemos decir que estamos verdaderamente vivos.
En amor, servicio y aprendizaje.
Medellín, ciudad de la esperanza, 31 de octubre 2025









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