El ser Humano completo: del Génesis al mito de los andróginos
- contacto26471
- 21 oct
- 9 Min. de lectura
Del mito a la psique: la unión de Lilith y Eva
Muchas versiones, una búsqueda común

No venimos a luchar entre mujeres y hombres,
ni entre Lilith y Eva.
Venimos a recordar que, antes de toda división,
fuimos uno solo.
Hoy la vida nos invita a volver a tejer el hilo de la unidad,
allí donde la luz y la sombra,
lo femenino y lo masculino,
se reconocen como partes de un mismo corazón.
Bajo esta Luna que entra en Escorpio, dejamos atrás las narrativas de separación. El Sol, aún en los últimos grados de Libra, permanece haciendo el trabajo que le corresponde: comprender que lo masculino también debe morir a sus viejas formas de relación, para poder descender a lo profundo, al mundo escorpiano donde todo se transforma.
Allí, en ese viaje de muerte y renacimiento, el Sol y la Luna avanzan juntos, como la conciencia y el alma, hacia la profundidad donde Lilith y Eva vuelven a abrazarse. No hay bandos. Solo un llamado: volver a la Unidad Primordial.
A lo largo de la historia se han contado muchas versiones sobre cómo surgió el ser humano. Algunas dicen que primero fue el hombre y luego la mujer; otras, que ambos fueron creados juntos; y otras, que en el origen éramos un solo ser, completo, que luego fue dividido.
En esta reflexión quiero tomar dos fuentes antiguas que, aunque nacieron en tiempos distintos, hablan de algo muy parecido: el texto hebreo del Génesis y el mito platónico de los andróginos.
Existen otras versiones que interpretan estos relatos desde la culpa, la jerarquía o la separación, pero no es ahí donde me fundamento. Me interesa volver al símbolo de la unidad primordial, ese estado en que lo femenino y lo masculino coexistían como una sola fuerza en equilibrio.
El primer relato: el texto hebreo del Génesis (siglos VI–V a.C.)
En el Génesis, uno de los libros más antiguos del texto hebreo, se dice:
“Dios creó al ser humano a su imagen; varón y hembra los creó.”
Este versículo, escrito alrededor del siglo VI a.C., ha sido interpretado de muchas formas. En su versión más simple, nos habla de un acto creador donde lo humano nace con las dos polaridades incluidas: el dar y el recibir, la fuerza y la ternura, la acción y la receptividad.
Siglos más tarde, algunos maestros hebreos interpretaron este pasaje diciendo que el primer ser humano fue un ser andrógino, una totalidad que contenía en sí las dos energías, y que luego fue dividida para que cada parte pudiera reconocerse en la otra.
Esta lectura simbólica dice que la división no fue castigo, sino una manera de que la vida nos enseñara a reconocernos a través del otro.
El segundo relato: el mito platónico de los andróginos (siglo IV a.C.)
Unos dos siglos después, Platón relató en El Banquete una historia muy similar. Allí, Aristófanes cuenta que al principio los seres humanos eran esferas completas: tenían dos rostros, cuatro brazos, cuatro piernas y un solo corazón.
Eran tan poderosos y tan autosuficientes que los dioses, temerosos de su fuerza, los partieron en dos. Desde entonces, cada mitad busca su otra mitad, deseando reencontrarse con aquello que le daba sentido de totalidad. Platón escribió esto alrededor del año 380 a.C., y con su relato quiso mostrar que el amor es el impulso del alma que busca reunirse con lo perdido, no solo en una pareja, sino en la unidad con todo lo que existe.
Amar, según este mito, es recordar nuestra naturaleza original: la de un ser completo que se fragmentó para aprender, y que en cada encuentro humano intenta volver a sí mismo.
El tercer momento: la interpretación rabínica (siglos IV–VI d.C.)
Siglos después, los sabios del judaísmo elaboraron comentarios sobre el Génesis llamados midrashim. Uno de ellos enseña que Adán fue creado como un ser doble, varón y mujer unidos espalda con espalda, y que luego Dios los separó. Este texto retoma la intuición de la unidad original y la presenta como una realidad espiritual: el ser humano, en su origen, no era un hombre ni una mujer, sino una síntesis viva de ambos.
Así, tanto la tradición filosófica griega como la tradición hebrea coinciden en una misma verdad simbólica: venimos de la unidad y vivimos el aprendizaje de la separación.
La unidad que habita en nosotros
Estos relatos antiguos, tan distantes en el tiempo, se tocan en lo esencial. Nos recuerdan que lo masculino y lo femenino no nacieron enfrentados, sino unidos; que la vida no nos separa para castigar, sino para enseñarnos a reconocer el amor desde la diferencia.
Desde aquí comienza mi reflexión sobre Lilith y Eva, como dos expresiones de esa búsqueda del alma humana por reconciliar sus polaridades, por volver a sentirse entera, libre y en paz.

La escisión patriarcal: cuando la unidad se fractura
Entre los años 3000 y 2000 a.C., muchas culturas que veneraban a la Gran Madre comenzaron a transformarse en sociedades patriarcales.
Autoras como Marija Gimbutas y Erich Neumann explican que este cambio no fue solo político o social, sino una fractura del alma colectiva. En esa transición, lo femenino fue dividido: una parte quedó dentro del sistema y otra fue expulsada a las sombras.
Así nació Eva, símbolo del femenino aceptado por el patriarcado: la madre, la esposa, la mujer dócil que cuida y obedece. Y junto a ella fue desterrada Lilith, la más antigua, la que no se somete, la que recuerda el poder del deseo, la intuición y la palabra. El mito de Lilith conserva la memoria de la mujer anciana, la que conoce los misterios de la vida y de la muerte, la guardiana del fuego y del conocimiento. En esta expulsión simbólica, el patriarcado no solo dañó a las mujeres, también hirió el alma de los hombres: los dividió entre la “mujer buena” —la que se puede amar— y la “mujer libre” —la que se teme o se reprime—. Esta división se volvió una herida colectiva: mujeres hipermaternales o anuladas; hombres desconectados de su sensibilidad; ambos atrapados en roles que les impiden ser completos.
En la psique de la mujer habita un ánimus depredador, una figura interna que la persigue, la exige, la mide y la devora. Clarissa Pinkola Estés lo nombra el depredador de la psique femenina: esa fuerza patriarcal interiorizada que desconfía del instinto, del deseo y de la sabiduría del cuerpo. Por eso, la mujer necesita despertar a su Lilith, la parte salvaje que no se somete, la que recuerda que su eros es sagrado y que su voz tiene poder. Lilith es la que devuelve a la mujer su territorio interior.
En la psique del hombre, en cambio, habita un ánima asexuada, un femenino espiritualizado hasta el extremo, incapaz de abrazar el cuerpo y el deseo. De esa imagen nace la figura de la Virgen María, vista solo como la madre pura, la que incluso sin sexo concibe un hijo: símbolo del amor sin cuerpo, del espíritu separado de la carne. Y del otro lado, María Magdalena, la discípula amada, fue excluida del relato no por ser su sombra, sino por encarnar lo que la religión no pudo integrar: la sensualidad sagrada, la unión del eros y el espíritu, la mujer que ama desde el cuerpo consciente.
Durante siglos, estos arquetipos —el ánimus depredador y el ánima asexuada— han mantenido separadas las fuerzas del amor humano. Pero el alma, cansada de vivir dividida, comienza a recordarlos y a reconciliarlos, para que lo divino y lo erótico vuelvan a encontrarse en el corazón del ser.
El relato de Lilith resguarda la huella de la sabiduría femenina, del fuego interior y del conocimiento primordial. Sin embargo, al ser apartada del relato oficial, no solo se silenció a las mujeres: también se fracturó el alma masculina. Desde entonces, los hombres quedaron divididos entre la mujer idealizada —la que se ama sin deseo— y la mujer libre —la que desean pero que despierta su temor o incluso censura—.
Esa fractura marcó a toda la humanidad: mujeres que cuidan hasta olvidarse de sí mismas, hombres que temen sentir y desear, y vínculos que buscan completarse sin lograrlo. El mito nos recuerda que solo al reconciliar esas dos mitades —la libre y la amorosa— podremos volver a sentirnos enter@s.
📘 Referencias: Neumann, The Great Mother (1955)Gimbutas, The Civilization of the Goddess (1991)Perera, Descent to the Goddess (1981)Bolen, Las diosas de cada mujer (1984)
Lectura arquetípica y psicológica del mito
1. Del mito a la psique: lo que los antiguos vieron afuera, hoy lo comprendemos adentro
Los mitos antiguos hablaban en el lenguaje del alma. Lo que entonces se contaba como historia de dioses y diosas, hoy lo comprendemos como funciones internas de la psique humana.
La historia del ser completo que luego se divide puede entenderse como una función arquetípica: el momento en que la conciencia se separa de la totalidad para iniciar su viaje hacia la individualidad.
Desde la psicología analítica, Carl Gustav Jung describe que en cada ser humano viven ambos principios:
En la mujer, el ánimus, su masculino interno, que aporta dirección, palabra y discernimiento.
En el hombre, el ánima, su femenino interno, que aporta sensibilidad, intuición y conexión con el alma.
Así, los relatos de creación y división no son solo historia antigua: son espejos de lo que sucede dentro de cada uno de nosotros. La unión del ánima y el ánimus representa, en lenguaje junguiano, el camino hacia la totalidad.
📘 Referencias: Jung, Aion (1951); Símbolos de transformación (1912); Von Franz, El anima y el animus (1980).
Emma Jung: el alma que también pensó al ánima
En esta reflexión sobre la integración de lo femenino y lo masculino en la psique, es necesario reconocer también la voz de Emma Jung, cuya obra Ánima y Ánimus (escrita en 1967 y publicada póstumamente, traducida al castellano por primera vez en 2007 y reeditada en 2022 por El Hilo de Ariadna) ofrece una mirada profundamente complementaria a la de Carl Gustav Jung.
Mientras Jung desarrolló el concepto del ánima y el ánimus desde la estructura arquetípica de la psique, Emma aportó la experiencia vivida de ese diálogo interno: la forma en que el alma encarna, siente y transforma la relación entre ambos principios. Su escritura no solo amplía la comprensión teórica, sino que honra la dimensión femenina del pensamiento junguiano, mostrando que la conciencia del alma no se construye solo desde la mirada del hombre que observa su ánima, sino también desde la mujer que reconoce, integra y madura su propio ánimus.
Honrar a Emma Jung es recordar que el conocimiento también tiene cuerpo, sensibilidad y experiencia, y que la unión entre lo femenino y lo masculino en la psique requiere —como en toda alquimia— la presencia consciente de ambas polaridades creadoras.
📘 Referencias: Emma Jung (1967/2022). Ánima y Ánimus. Buenos Aires: El Hilo de Ariadna.
El tiempo actual: la Luna en Escorpio y el llamado a integrar
Hoy, el cielo vuelve a hablarnos con símbolos. La Luna, que se unió al Sol en Libra durante la Luna Nueva, ha pasado ya a Escorpio, mientras el Sol aún permanece en los últimos grados de Libra.
Es un momento de tránsito: el Sol, todavía aprendiendo sobre el equilibrio y la relación (Libra), se prepara para descender a las profundidades de Escorpio, donde lo esperan Marte (la voluntad), Mercurio (la palabra) y Lilith (la sabiduría exiliada).
En ese descenso, Sol y Luna emprenden un viaje conjunto: una peregrinación hacia lo profundo, hacia la integración de las polaridades.
Lilith espera allí, junto a las diosas más antiguas —Inanna, Hécate, Temis, Gea o Gaia y Tethys—,aquellas que existían mucho antes de que surgieran las jóvenes vestales.
Ellas representan la memoria de la Tierra antes del patriarcado, el conocimiento que fue relegado cuando la luz del día quiso imponerse sobre la oscuridad fértil de la noche.
El cielo nos invita a dejar morir las narrativas aprendidas en la Casa 4 —las de miedo, culpa y vergüenza—para poder escribir, desde Escorpio, una nueva palabra que una en lugar de dividir, que abrace tanto la luz como la sombra, tanto a Eva como a Lilith.
La anciana Lilith no viene a reemplazar a Eva, sino a devolverle su raíz, su profundidad y su poder creador. El alma humana se prepara para recordar que la sabiduría no está solo en la juventud obediente, sino también en la mujer antigua que recuerda y revela.
Volver a la madre primordial

La integración entre Eva y Lilith no es un conflicto, sino un reencuentro. Eva representa la ternura que cuida; Lilith, la voz que revela. Una es el rostro visible del amor, la otra su raíz invisible. Cuando ambas se miran y se reconocen, la mujer se vuelve entera, y el hombre también se libera, porque deja de necesitar dividir a las mujeres para poder amar.
Este es el tiempo de reintegrar el alma dividida, de reconocer en el cuerpo femenino el cáliz, el grial, la nave nodriza de la vida, y en el cuerpo masculino, la fuerza que protege y honra ese misterio.
Así, el Sol y la Luna —lo masculino y lo femenino— emprenden juntos su tránsito hacia Escorpio: un viaje de muerte simbólica y renacimiento, para volver a ser uno solo, como al principio de los tiempos.
En amor, servicio y aprendizaje.
Li
21 de octubre del 2025, Medellín, Colombia
Ciudad de la esperanza
Si deseas escuchar esta reflexión en voz viva, te dejo aquí el video que grabé hoy al mediodía, bajo esta misma Luna en Escorpio. Allí comparto el pulso del momento y cómo estos movimientos del cielo nos invitan a integrar lo femenino y lo masculino en nosotros.
Puedes verlo completo en mi canal de YouTube









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